Llegue en avión a Lomé el 12 de Enero desde Johannesburgo. Air Afrique vuela desde Sudafrica hasta Togo con escala intermedia en Abidjan (Costa de Marfil). Es más barato terminar el viaje en Togo que bajarse en Abidjan. Aún no lo entiendo.
Lomé es una ciudad costera entre Benín y Ghana, a aproximadamente doscientos km de la atormentada Nigeria. Es capital del estrecho y alargado reino de Togo. Al contrario que muchos países del Oeste africano, se puede entrar en Togo obteniendo el visado en el aeropuerto.
La noche me recibió con un calor pegajoso y húmedo. En esta época, el “Armattan” o arena y polvo del desierto
sahariano permanece suspendido en el aire durante tres meses, ocultando el sol y haciendo descender las insoportables temperaturas del mediodía.
La primera noche en Africa Occidental fue especial. A la una de la madrugada, después de enterarme en el aeropuerto de Lomé que las pensiones de mi lista estaban completas o nadie descolgaba el teléfono, hice caso a un negrito que me insistía para que le acompañase al hotel/pensión Robinson, al Este de Lomé, cerca de la playa y cerca de la frontera con Ghana. Llegue al Robinson a las dos de la mañana.
Es un lugar peculiar habitado por europeos cuarentones, con aspecto de desahuciados o de haberse quedado atrapados en un lugar al que no pertenecían ni les gustaba, pero del que les faltaba voluntad para huir. Atravesé rápidamente la terraza-restaurante y un par de ellos me saludaron con desgana, mientras varias almas solitarias apoyadas en la barra miraban fijamente su vaso de whisky.
Las prostitutas merodeaban y mendigaban una cerveza francesa a los “habitués”. Pedí las llaves y subí inmediatamente a acostarme. Fué una noche larga. Hacía un calor asfixiante. Los mosquitos se colaban en tropel por los minúsculos huecos de mi mosquitera y no paraban de zumbarme en los oídos. Daba vueltas en la cama y sudaba bajo las enormes aspas de madera de un ruidoso
ventilador.
A la mañana siguiente, tras matar varias cucarachas que paseaban por mi colchón y pasar un rato reparando la ducha, bajé al bar para preguntar la mejor manera de llegar a la frontera con Ghana, a sólo 2,000 metros del hotel. También pretendía obtener información sobre visados de entrada y cambiar dinero en el mercado negro. Una “negrita” peluquera me escuchó preguntar y se ofreció para acompañarme.
Decía conocer el mejor sitio para cambiar dólares americanos por CFAs. El CFA es la moneda oficial de los países francófonos en esta parte de Africa. Me condujo a un grupo de hombres arrugados y vestidos con viejas túnicas descoloridas. Para mi sorpresa, los “cambiadores” jugueteaban con gruesos y ordenados fajos de billetes de 100 dólares y 10,000 CFAs. Durante algunos momentos de tensión, en que mis ahorros cambiaban de manos, tuve que andar con cuatro ojos para que no me la pegaran.
Obtuve un 15% más que el cambio Oficial (610 CFAs por un dólar). El resto del día me paseé por Lome usando los taxi-ciclomotores y con la peluquera togolesa como guía de lujo. Por la noche invadió mi habitación con ganas de guerra. Pero yo estaba en son de paz y no quería jaleo.
Durante los días siguientes tuve pocos problemas para hacer amigos africanos. Al día siguiente, 13 de Enero, caminaba sólo por la Avenida 13 de Enero, una de las arterias principales de la ciudad. Paseaba sin rumbo por zonas donde no se ve a un hombre blanco ni por asomo. Divisé una construcción tipo andaluz que destacaba entre la desordenada arquitectura. Apresuré el paso y mi curiosidad crecía a medida que me acercaba.
Terracota blanca, ventanas con arco de ojiva, tejas, rejas andaluzas… Cuando llegué leí sobre la entrada: “La Bodega”. Me asomé y me llevé una sorpresa mayúscula. Mis ojos recorren atónitos un restaurante donde en las paredes cuelgan banderillas, capotes, fotos de la Maestranza y de las Ventas, carteles que con letra gruesa dicen “6 bravos toros 6” y en las mesas manteles amarillos cruzados sobre manteles rojos. De fondo, música del Camarón de la Isla.
Para cerrar este panorama propio de una película de Fellini, un par de camareras negras tizón con el pelo recogido y culo respingón VESTIDAS DE TRAJE DE LUCES se movían con parsimonia atendiendo a los escasos clientes. Pregunté a una de ellas quien era el gerente. Fueron a buscarle y apareció un hombre blanco de mediana edad, enjuto, con la cara chupada, camisa de flores y pelo negro, largo y lacio sobre los hombros.
Se presentó como Manolo, de León. Gitano de pura cepa. Mi tocayo empezó a recorrer el mundo cuando era muy joven. Narraba con gravedad que durante su vida había montado restaurantes típicos españoles en Lisboa, California, Australia, Bélgica y ahora probaba con Africa. Su nomadismo era el reflejo de una búsqueda imposible. Me confesó que se alegraba de recibir la visita de un español. Mientras le escuchaba, yo comía un gazpacho que sabía a rayos. Un rato después se levantó para atender una urgencia y me quedé solo. Al fondo del restaurante ví a un hombre blanco
que también comía solo. Me acerqué para saludarle.
Era un hombre de unos cincuenta años, con poco pelo, algo gordo y vestido de manera sencilla. Me presenté en inglés y me contesto en inglés. Me dí cuenta que el inglés no era su primer idioma. Le pregunté su nacionalidad. Me contestó: “Spanish”. Con alegría dije en español: “¡¡ yo también!!”. La situación era parecida al chiste de los dos leperos en Londres que coinciden en un taxi, uno como chófer y el otro como cliente. Hablamos animadamente durante un rato. Le conté parte de mis correrías. Le traté con mucha confianza, casi como a un amiguete.
Hasta que se me ocurrió preguntarle, “Y tú, ¿que haces en Lomé?”. Con toda sencillez me contestó “Soy el embajador español para Ghana y Togo”.
Ostras Pedrín. Nuestro embajador Diego está basado en Accra, Ghana, pero había venido a Lomé durante un par de días y almorzaba en La Bodega antes de regresar al país vecino.
Me disculpé por mi naturalidad y desparpajo. Se rió y me contestó “Cuando pases por Ghana, no dejes de llamarme. Te invito a almorzar en casa“ Un mes después correspondí a la invitación. Pero esa es otra historia. Togo, al igual que la mayoría de los países de Africa Occidental, me pareció una república bananera: Eyadema, el dictador de turno, hace lo que le viene en gana, y lo hace desde hace muchos años. El cruel general rige los destinos de Togo con puño de hierro.
El 13 de Abril, día siguiente a mi llegada, se celebró la Independencia en todas las poblaciones de la nación. Creo que 9 de cada 10 togoleses no tienen la más remota idea de quien se ha independizado de quien. Destartalados autobuses llenos de campesinos llegaron la noche anterior desde el Norte el país. Habían recibido de los hombres de Eyadema la promesa de cobrar 6000 CFAs por desfilar delante de su presidente. Frente al palco presidencial, en el bacheado paseo marítimo, se agolpaban miles de personas para ver un espectáculo grotesco. Una soldadesca desfilaba a cámara lenta acompañada por armamento pesado de la Segunda Guerra Mundial que parecía recién desenterrado para la ocasión. Detrás pasaron los niños y mujeres ataviados con trajes de fiesta y mostrando al presidente su mejor sonrisa. Desfilaban al son de estridentes marchas militares que sonaban desde docenas de cascados altavoces. Todas las cadenas de TV retransmitían el evento. La parodia continuó toda la mañana. Ese mismo martes 13 de enero, después del desfile, Eyadema declaró festivo el resto de la semana.
Este triste espectáculo es un ejemplo más entre las muchas evidencias que me han hecho abandonar la ingenua idea de que a corto o medio plazo Africa tiene una salida digna o un futuro económico y político. O mucho tienen que cambiar las cosas.