En la playa Este de la isla recogimos a un par de playaestopistas bohemios y aventureros, él inglés y ella salvadoreña, y nos contaron, entre otras aventuras, como habían navegado gratis por la costa australiana. La idea me impactó y, en plan buscavidas, sembré los tablones de anuncios de los clubes náuticos de Airlie Beach con una nota que decía en inglés “friego cubierta y platos, ayudo a arriar velas, levo anclas y haré cualquier trabajo para navegar gratis hasta Cairns”. Debajo, mi nombre y el teléfono del albergue. Volví al hostal a esperar la llamada, y para mi sorpresa y jolgorio, esa misma tarde el chaval de recepción fue a buscarme un par de veces al dormitorio de seis literas: los patrones de dos veleros contactaron conmigo. Ambos me ofrecieron navegar más de 400 millas náuticas hacia el Norte (unos 800 kms), bordeando la GRAN BARRERA DE CORAL hasta Cairns.
Ese día Barnacle Bill (Guillermo el Percebe) entró en mi vida de manera impactante. Bill era uno de los dos patrones que me telefonearon, y único tripulante del viejo catamarán Tak-Away. Se esforzó para convencerme en subir a la cubierta de su adorada nave, y argumentó con pasión que tenía demasiada edad para navegar solo, que le gustaba la gente y que disfrutaría de alguna compañía. No pretendía que trabajara. No sólo me propuso comenzar el viaje lo antes posible sino que también me dio la opción de incorporar a la tripulación a algún amigo o amiga. Aproveché esta magnífica oportunidad para invitar a Kathy, una inglesa que había conocido el día antes en un antro de Airlie Beach. La única condición que Bill nos puso fue la de traer nuestra propia comida. Se me pasó por la cabeza la idea de llamar por teléfono a mis amigos en España para contarles lo que me acababa de ocurrir. El panorama se presentaba idílico. Mejor, imposible.
Bill es el típico lobo de mar solitario y tiene una historia personal muy peculiar. Hoy tiene pasaporte australiano, pero cuando tenía veinte años inmigró desde un pequeño pueblo de la costa Este inglesa. Muy delgado, unos 60 años, piel morena y curtida por el sol, pelo y barba canosa, pies huesudos, siempre lleva un jersey de lana, gafas de sol muy oscuras y pantalones cortos. Bill tiene manos callosas, una dentadura postiza que de vez en cuando olvidaba en algún lugar del barco, y como parte integral de su anatomía, un pitillo envuelto a mano, siempre colgando de la comisura de la boca. Se jacta de su mal genio y carácter terremoto. Como es habitual entre patrones, daba las órdenes gritando, como si estuviera en constante humor pésimo. Sin embargo es Don Guillermo es una excelente persona. Sobre todo cuando le pega algún lingotazo al whisky, uno de sus pasatiempos favoritos. Hace varios años Barnicle Bill decidió romper con todo, y vendió su casa y todas sus pertenencias para pasar el resto de sus días con su único amor, el mar. Divorciado dos veces y con tres hijos -uno en la cárcel, otro vagabundo y el tercero en paradero desconocido-, Bill desea disfrutar lo poco que le queda navegando hasta el último de sus días. Los médicos le han diagnosticado un enfisema pulmonar incurable, es decir, dos o tres años más de vida. Pero esta losa no le pesa a Bill y habla de su Tak-Away como un niño de sus zapatos nuevos. Sólo disfruta en compañía del océano, las mujeres, una buena copa de whisky, tabaco para liar y un poco de marihuana para ocasiones especiales o para animar la tertulia después de una buena cena.
Bill, su apodo de navegante Barnicle y dueño del mundo a bordo del Tak-Away.
El Tak-Away es un catamarán de 33 pies (unos 10 metros) con casco de madera y 20 años de antigüedad. Tiene un palo mayor de casi 10 metros, un amplio velamen bien cuidado y dos minúsculos dinghis o chalupas, una de ellas con motor. Los dos cascos del catamarán están separados por una cabina central semi-descubierta que sirve de puesto de mando, comedor y sala de estar, con tres asientos blancos y acolchados dispuestos en forma de C. En el interior de cada casco hay una estrechísima cabina que se ensancha en la zona bajo la cabina central. Este espacio extra deja sitio para albergar una estrecha cama de matrimonio a la que solo se puede acceder tumbado. Las dos camas y cabinas están separadas por un tabique de madera que cae por el centro, bajo el puesto de mando. Uno de los cascos cuenta con una mini-cocina, y el otro, asignado a Kathy y a mí, con un aseo. Los dos apartamentos tienen unos cuatro metros de largo por 1,20 de ancho, excepto en el ensanche de la cama. El agua para el fregadero, inodoro y ducha manual se carga en un depósito situado en la proa, rutina ejecutada en cada atraque. El estado general de Tak-Away era un poco descuidado y avejentado. Bill lo achacaba a la falta de una buena mujer que le ayudase a organizar su vida y cuidar a su amor. A pesar de lo vetusto del catamarán, Bill se había gastado casi todos sus ahorros en dotar al barco con un buen sistema de comunicación por radio, un GPS de última generación, un piloto automático y un aceptable equipo de audio para escuchar música.
Kathy, Bill y yo estábamos a punto de iniciar una odisea con una duración indefinida a lo largo de la impresionante costa Noreste australiana. A partir de este día y durante 16 más, fondearíamos en muchos lugares de ensueño, descolgaríamos de vez en cuando la chalupa y nos adentraríamos en cerradas junglas a las que accederíamos por las desembocaduras de pequeños ríos, bajaríamos para corretear por playas vírgenes, recuperaríamos contacto con el mundo civilizado en algún puerto urbano, nos infiltraríamos furtivamente en algún resort de lujo al que sólo se puede acceder por mar. Casi siempre sentiríamos la brisa fresca del Pacífico y disfrutaríamos viendo una costa que siempre nos acompañaría a estribor, algunos días a docenas de metros, y otros días, alejada y con forma de línea gris y difusa en el horizonte.
Excepto por un par de problemillas con Bill durante mi ajuste a su apasionado carácter (convivir en un barco pequeño no es fácil), la navegación transcurrió plácidamente. Kathy y yo pasábamos el día en cubierta tomando el sol, leyendo manoseados best sellers de segunda mano o correteando por las interminables playas desiertas, mientras Bill timoneaba con gesto solemne buscando algún punto lejano el horizonte, o esperaba a que regresáramos al barco. A bordo Kathy tenía asignada las labores de cocina, mientras yo ayudaba al patrón a arbolar o arriar las velas, bajar o izar el ancla y fregar los platos. Sin embargo, esto nunca significaba más de un par de horas diarias de trabajo. Bill hacía todo lo demás. Kathy y yo nos dimos cuenta que Bill, con su aparente autosuficiencia, estaba muy necesitado de calor humano. La cohesión de este pequeño grupo que se desplazaba en una cáscara de nuez mejoró tanto que el patrón preguntaba cada mañana a los grumetes hasta donde querían navegar o en que playa les apetecía fondear. Las aguas del Pacífico Sur pueden ser peligrosas, aunque en todo momento Tak-Away navegó en un tranquilo zig-zag entre la costa y la Gran Barrera de Coral, que se alarga a unos 50 o 100 kilómetros de la línea costera.
En fin… voy a comenzar la singladura en las islas Whitsundays. ¿Os acordais de la famosa publicidad para acceder a el mejor trabajo del mundo? Pues aquí estuvo el elegido entre más de 35.000 solicitudes. Y yo aquí. Que vida mas dura…