Me presenté a mi anfitrión con la mochila a la espalda, el brazo extendido, una carta en la mano y una sonrisa de oreja a oreja. Eso sí, un poco acojonado. Los jefes ya habían sido avisados por una avanzadilla de niños exaltados y contentos sobre la llegada de un hombre de extraña piel. Lagi, de 68 años es de noble aspecto y tiene la piel tostada de los melanesios. Es alto, fuerte y corpulento como un toro, e iba descalzo y ataviado con una vieja camisa de botones abierta y un pareo como pantalón. Quedó sorprendido ante el inesperado gorrón, pero reaccionó con cordialidad. Inmediatamente me presentó a su esposa Joana (65 años), una mujer encorvada, menuda y extremadamente afable, que cocinaba panecillos para desayunar. La pareja vivía en la única casa de madera de Muanaikake. Me invitaron al apetitoso desayuno, a base de panecillos fritos y té, sentados en el suelo, con las piernas cruzadas, en una choza de paja adyacente a la casa que hacía las veces de cocina. Lagi y Joana se dijeron algo y se pusieron en faena: con celeridad habilitaron una habitación vacía como dormitorio extra. La básica casa de madera pintada de rosa estaba aún a medio construir y los escasos y simples muebles de madera recién cortada estaban desperdigados en cualquier rincón. Lagi y su clan eran los improvisados arquitectos y constructores. La falta de mobiliario no importaba porque los fiyianos se sientan en el suelo para charlar, comer, beber y rezar. Ofrecí a Lagi una botella de Jack Daniela, cuya compra antes de zarpar había supuesto un esfuerzo para mi maltrecha economía de guerra. Los funcionarios de Suva me aconsejaron que este whisky americano sería el mejor regalo que podía entregarle. Al entregarle el preciado tesoro, con los brazos extendidos y las palmas abiertas en posición de rechazo, Lagi me dijo delante de su esposa que había dejado la bebida. Sin embargo, durante un descuido de Joana, con mirada pícara y sonrisa de complicidad, me quitó la botella. Esa misma tarde me construyó una cama haciendo uso de unos tablones, una sierra y su asombrosa habilidad como carpintero.
Lagi y Joana llegaron a Fulaga hace sólo seis meses. Durante los últimos 30 años habían vivido en Tahití sirviendo en casa de un millonario francés. El ricachón había muerto hace un año, legando por herencia un millón de dólares a esta humilde pareja. Son dueños del único aparato de televisión y vídeo de la isla. La tele en sí sirve para poco porque las ondas no llegan y tampoco pueden conectarse vía satélite. Lo compensan viendo una y otra vez las mismas cuatro películas y partidos de rugby seven. Hace un mes Lagi trajo de Suva una lanchita con un motor de 40 caballos. Este anciano y vital matrimonio tiene la virtud de manejar el dinero con tal discreción que nada diría que atesoran semejante fortuna.
Un par de horas después mi asustado aterrizaje en la isla se produjo la presentación oficial ante el chief o jefe de la isla. Afortunadamente, Tuisabeto me recomendó que además del whisky, trajera en la mochila kilo y medio de raíces de Kava como sevu sevu o regalo. La popular bebida Kava viene de las raíces machacadas de la planta Kava, autóctona del Pacífico. Durante una ritual ceremonia de bienvenida, sentados en el suelo de la choza reservada solo para audiencias y visitas importantes, el invitado es presentado por el anfitrión (hoy es Lagi) al chief, al que se le entrega un presente. El digno mandatario se sentó ceremoniosamente frente a mi, acompañado de su portavoz oficial a la derecha y su responsable de asuntos diarios a la izquierda. El arranque del riutal fue un monólogo de casi diez minutos de Lagi al chief, con palabras que sonaban algo así como nasumanu mataka ono vui fotalevu manutagui kandokai” etc. Mientras Lagi hablaba, la máxima autoridad de la isla, de poblado y canoso bigote, con el torso descubierto, un pareo sobre una barriga tostada y rechoncha, repetía con la cabeza baja, mirando a sus pies descalzos: vinaka, vinaka (gracias). Yo mantuve en todo momento una sonrisa estúpida, sentado a la derecha de Lagi con los pies cruzados sobre una alfombra de hojas secas de palmera. No entendía nada. Me hallaba en otro planeta y me preguntaba quién demonios me había mandado a un lugar como éste. Terminado el discurso de Lagi y entregadas las raíces, comenzó el monólogo-respuesta del chief, que alternaba su mirada entre el recién llegado y la ansiada bolsita de kava. Yo asentía con una sonrisa forzada, simulando entender. Los niños pugnaban por asomar su cabeza al interior de la choza. La voz de mi llegada había corrido por toda la aldea y había creado la misma expectación que provoca un extraterrestre que aterriza en las afueras del pueblo.
Caía el sol mientras y la presentación llegaba a su tramo final. Me tocó explicar en inglés las razones que me habían llevado a Fulaga. Todos asentían con la cabeza, aunque dudo que muchos me entendieran. Inmediatamente comenzó la última fase de la ceremonia de bienvenida: ¡Grog time! (¡a beber Grog!). Beber Grog es la base de las relaciones sociales en Fiyi. Las raíces de Kava que había entregado al jefe como presente habían sido transformadas en polvo por mujeres que, alternándose con una larga y pesada maza metálica, golpeaban rítmicamente el interior de un cuenco metálico del tamaño de un florero. Parte de la raíz machacada se introdujo en una bolsita de tela en una dosis de aproximadamente cien gramos. La bolsa de té gigante se sumergió en el agua de una tanoa o ensaladera de madera de gran tamaño. El resultado es una especie de “té” frío en el que el agua adquiere un sabor y color parecido al fango o barro. El Grog se distribuye introduciendo en la tanoa una corteza de coco seca y vacía, que se pasa de mano en mano, siempre usando las dos manos. Entre los congregados nunca habrá más de un tazón de Grog en circulación. El orden está determinado por la posición jerárquica, con prioridad para los invitados. Adiviné los niveles de autoridad de los presentes por su ubicación alrededor de la Tanoa, aún rebosante de Grog. Sentados en el suelo enfrente de la ensaladera se sientan los más viejos o la familia del chief. Mientras más próximo estés al cuenco de madera, mayor status. El tazón de piel de coco pasa primero por las manos y labios de los más importantes. La persona que mezcla el agua con el polvo de las raíces y distribuye el cuenco también goza de un status privilegiado. Me recordaba a la ceremonia del té en Japón, aunque algo mas basta. Los jóvenes se sientan alejados, detrás del recipiente o en las esquinas de la choza. Las mujeres quedan excluidas. Los propios fiyianos reconocen que el Grog tiene un sabor terrible. Pero pronto sentí como subía a mi cabeza, provocando una sensación de hiperventilación, mareo, inmenso bienestar, flojera y risa fácil. Curiosamente beber alcohol estaba prohibido en Fulaga. Dicha prohibición era una más de las respetadas reglas impuestas por el jefe local, y por lo visto, Lagi no las cumplía todas. En muchas islas del Pacífico Sur cualquier ocasión es una buena excusa para reunirse en grupos de hasta 50 personas y beber esta sustancia que provoca bienestar. Beben Grog desde que anochece, a las siete de la tarde, hasta altas horas de la madrugada, sentados en la penumbra y a la luz de tenues lámparas de gasolina. La resaca que produce el Grog no es poca.
Esa misma noche, para celebrar mi llegada, fui castigado con disfrutar de una sesión de vídeo de Rugby Seven de varias horas. La selección nacional fiyiana ha sido campeona del mundo de esta modalidad de mini rugby entre dos equipos de solo siete componentes (en vez de quince), que se juega en un campo de rugby estandar. Los jugadores se hinchan de correr. Aguanté por educación veinte partidos seguidos, de quince minutos cada uno. La pequeña multitud que me acompañaba había visto todos los partidos al menos una docena de veces, pero no importaba.
El día siguiente era Domingo, una jornada sagrada para estos fieles y devotos metodistas. El metodismo es la religión más importante del país. Derivada del cristianismo, hace hincapié en los formalismos para comunicarse con Dios. En este día sagrado hay que acudir a cuatro misas, a las 5:50 am, a las 10 am, a las 3 pm y a las 4:30 pm; atentos al paralelismo con las horas de oración en el Islam o el Judaismo. Las misas duran mucho más de 30 minutos, y es de buen ver asistir a todas las liturgias. Aparte del corto paseo hasta la sencilla parroquia de cemento, durante este día está mal visto hacer ningún esfuerzo o trabajo; atentos al paralelismo con el shabat hebreo. Pero Joana hizo una excepción y me homenajeó con un almuerzo de lujo en el que, inusualmente, todos los miembros del clan se sentaron en mesa y sillas, con cubiertos y sin moscas. ¿Comiendo qué?: PESCADO. No puedo imaginar cuanto pescado pasó por mi aparato digestivo durante las tres semanas en Fulaga. Pescado para desayunar, para almorzar, para cenar. En mis sueños mi propio hermano se transformaba en un pescado que me perseguía para devorarme. Menos mal que en esta isla no se merienda.