Los días previos al regreso a la capital Suva en Viti Levu fueron desconcertantes. Nunca había manejado tanta desinformación e incertidumbre. En esta parte del mundo desconocen el significado de la palabra ansiedad.
El barco del Gobierno debía llegar pronto a Fulaga, pero ¿cuando?
Escuchaba diferentes versiones:
“Tal vez esta semana, tal vez la semana que viene”.
“Pronto”.
“No, no llegará todavía porque se ha roto el motor”.
“No, el motor esta bien, pero primero va a Lakeba para cargar y después fondea en Namuca y Ogea, por lo que deben quedar aun otras dos semanas…”.
“Solo Dios sabe cuando”
“Llegará antes o después, no te preocupes”
Todos sabían que el barco aparecerá en la playa, pero nadie coincidía en la fecha. Ni siquiera la semana.
Finalmente, en una tarde cualquiera, unos niños se acercaron azorados: ¡¡Manu, el barco llega mañana, llega mañana!!. Sentí como si un brazo se estrechara en mi dirección, y al asirme a él, me aupaba al mundo, me reincorporaba a la civilización. Es difícil habituarse a un cambio tan radical de vida, ritmo, comida y costumbres. Curiosamente, una de las cosas que más eché de menos en estas semanas fue el saber que ocurría ahí fuera, en el resto de nuestro planeta. Nunca pude imaginar que no tener acceso a las noticias se me haría tan duro.
La última noche los miembros de los mataqualis de Muanaicake organizaron una fiesta de despedida en mi honor. Me aceptaron dinero para comprar en el almacén local un kilo y medio de grog. Hasta las tres de la mañana estuvimos más de cincuenta personas en casa de Lagi cantando, uno tras u otro, docenas de himnos y canciones, sentados en el suelo alrededor de una Tanoa siempre rebosante. Les aburrí con un discurso de despedida y agradecimiento. Me hicieron regalos y me emocioné bastante con tanta muestra de afectividad, y tal vez me eché a llorar. Me hacían sentir como un miembro más de la gran familia. Con ese invisible paraguas protector, con tanto arropamiento, tanto cariño, sentia que con ellos nunca podría ocurrirme algo malo.
Al amanecer alguien me despertó con un par de gritos:
¡¡Manu Manu!! ¡el barco esta llegando! ¡rápido, date prisa! ¡Se marcha en menos de una hora!.
Al bajar de la cama las piernas casi no me respondían. Los más de veinte cuencos de grog de la noche anterior pesaban mucho. La cabeza daba vueltas y coordinaba mal. Menos mal que Lagi y Joana me ayudaron. Un breve abrazo y un Gracias, ojalá el destino nos depare otro encuentro.
Corrí hasta la playa arrastrando torpemente mis bártulos. En la orilla, aburrido, me esperaba a bordo de un bote a motor un marinero fiyiano de origen indio, equipado con un mono azul descolorido y raído. Tiré al interior la mochila, y sin hacerle mucho caso al marinero, me puse de pié en la popa, mirando hacia las isla, y me alejé cabeceando sobre las aguas turquesas. Con señas me despedía con tristeza de mi gente, que saludaban desde la playa.
Con más pena aún subí por las escalas de madera al carguero Tabuisoro, un buque fletado por el gobierno fiyiano que sustituía al Golea. Tras tantos días de calidez y emotividad recibidos de mi familia y mi clan, este barco me pareció tan frío como un bloque de hielo. Sentí como si volviera a atravesar un portal en el tiempo, accediendo a otra dimensión y retornado al mundo que ya conocía.
Nada mas detectar la presencia del inusual nuevo pasajero, el capitán del Tabuisoro me interrogó con buen inglés:
“¿Que haces en Fulaga?” “¿Como llegaste hasta aquí?” “Siento decirte que tenemos muy poco sitio para más pasajeros.” “Tienes que dormir en cubierta.” “Ahora viajamos cuarenta y cinco pasajeros, mas la tripulación”. “Te aconsejo que para dormir intentes abrirte un espacio entre la gente”. “Suerte y disculpa por la condiciones en las que vas a navegar”. “Esta será la última vez que mi barco lleva pasajeros”. “El Tabuisoro tiene mas de 30 años y es demasiado pequeño.” “No, no tarda tres días en llegar a Suva ¿quien te dijo eso?” “Llegaremos a Suva en algún momento antes de final de mes.” “Ya veremos. Depende de la carga.” “Ahora navegamos hacia Ono I Lau, muy cerca de el Archipielago de Tonga y la más remota de las islas de Fiji”.
Con esta información el corazón se me achicó y adelanté mentalmente la película de la pesadilla que me esperaba a bordo de este viejo carguero. Los tripulantes y pasajeros, todos fiyianos, me miraban con curiosidad. ¿Que hace aquí este blanco?.
“Manu, no te preocupes, si te haces amigo del cocinero te dará de comer”.
Cuando seis días más tarde el barco amarró en el puerto de Suva, salté por la borda sin usar las escalerillas y casi me tiro al suelo para besar el sucio hormigón del muelle. Corrí a toda prisa hacia mi antiguo dormitorio colectivo en el Sunset Motel. Pasé más de media hora bajo una ducha de agua caliente, tiré a la basura la mitad de la ropa, me puse ropa limpia, entré como un torbellino en un McDonald’s para zamparme varias hamburguesas de carne de no se qué, devoré tres helados y engullí atrangantandome dos batidos gigantes. Telefoneé a casa, entré a una sala de recreativos para jugar a los videojuegos como un endemoniado y pasé varias horas navegando por Internet para saber que había ocurrido en el mundo durante el último mes, y también para leer mi repleto buzón de correo electrónico. Por la noche disfruté como un enano en el cine viendo dos películas seguidas.
Pfiiiiu, que placer…
Había regresado al mundo civilizado casi un mes después, con cinco kilos menos, el cabello más rubio, la piel color chocolate y las plantas de los pies tan duras como suelas de zapatos.
Para completar la información y experiencias en esta maravillosa parte del mundo, me encantaría compartir contigo algunos datos sobre la interesante y peculiar historia y costumbres. También añado información sobre la economía y estructura social del archipiélago Fiyiano.