Tras varios días dando vueltas en el viejo todoterreno descapotable, y ya hartos de tanto bicho, nuestro Jeep retornó hasta el borde del cráter de Ngorongoro. Dormimos en nuestras tiendas de campaña en el Simba Camping Area. A la mañana siguiente desayunaba en el exterior pan con manteca. Como por arte de magia la rebanada desapareció de mi mano: un águila en vuelo rasante me la había arrancado sin tocarme la piel. Por la noche el miedo a las hienas carroñeras que rondaban el camping en busca de restos de comida me impidieron salir de la tienda para echar un pis. Con una superficie de mil m2 y diez turistas acampados, el trozo de terreno que llamaban camping estaba custodiado día y noche por dos funcionarios con fusiles colgados al hombro. Por primera vez en mi vida un hombre armado me protegía de los animales, no de las personas.
El cráter de Ngorongoro es otra maravilla natural, también Patrimonio de la Humanidad. Volcán extinguido hace 2,5 millones de años, con una pared circular que se eleva 2.300 metros sobre el nivel del mar, 1.700 metros en su lado interior. El microclima de esta caldera perfecta hace que en sus 18 kilómetros de diámetro y 260 km2 de lagos, ríos, áreas boscosas, jungla, zonas áridas, dunas de arenas y marismas, se concentren una variedad de fauna salvaje impensable en otras circunstancias. Un edén circular escondido por altísimos muros. Me recordó Petra, en Jordania, pero con una gran inyección de vida salvaje y vegetal.
Ngorongoro fue descubierto hace 200 años por una tribu masai. A muchos kms de distancia, durante una sequía brutal en la que el ganado de los masai moría por miles, un guerrero vio un pájaro con una hoja verde en el pico. Inmediatamente organizaron una expedición para seguirlo. Semanas después llegaron al Serengueti y vieron no muy lejos una espesa y baja nube gris, flotando aislada en un cielo limpio y azul. Fueron en pos de la nube hasta asomarse al borde del cráter. Cuando estática masa de microgotas se evaporó, los feroces guerreros creyeron haber descubierto el paraíso. Decenas de tribus masais decidieron emigrar a la zona.
Según se cuenta, el cazador Hunter viajó a Ngorongoro a principios del siglo XX con dos clientes norteamericanos. La abundancia de caza era tal que, cada poco tiempo, los tres hombres debían dejar de disparar para que las armas pudieran enfriarse.
Dice Hunter:
el clima de Ngorongoro es casi perfecto, aunque el cráter esta cerca del Ecuador, gracias a la altura conserva un carácter fresco y agradable…aquí es siempre primavera. Con caza abundante alrededor, un arroyo de agua fresca en la puerta y bosques llenos de frutos, un hombre podría vivir aquí tan feliz como pudo vivir en el Jardin del Edén.
Dice Javier Reverte:
Junto a la belleza del paisaje de Ngorongoro lo que más impresiona es la riqueza y la concentración de vida animal. Aquí llueve casi todo el año y sus pastos atraen a millares de herbívoros. Tras ellos vienen los carnívoros y después los carroñeros. Una colonia de flamencos rosas anida en el centro del cráter. La presencia de lagunas de agua dulce da hogar a varias familias de hipopótamos. Y los mosquitos de la charcas constituyen una abundante dieta para millares de aves.
Moravia describe el cráter como :
El mito del Paraíso Terrenal donde el hombre y los animales vivían en concordia antes de la expulsión de Edén